30 / 09 / 2014 | Actividades    

OCTUBRE 2014

3  PRE-ESTRENOS EXCLUSIVOS:

 

«Viva la libertá» /  «El tiempo de los amantes» /  «Qué extraño llamarse Federico»

 

Afiliados a ADUM: $ 30.- con la presentación de la última libranza en la boletería del Teatro

 

Domingo 5, 16.30 y 18.30 hs.

 

VIVA LA LIBERTÁ  (Viva la libertá, Italia/2013). Dirección: Roberto Andò. Guión: Roberto Andò y  Angelo Pasquini. Fotografía: Maurizio Calvesi. Edición: Clelio Benevento.  Elenco: Toni Servillo, Valerio Mastandrea, Valeria Bruni Tedeschi, Andrea Renzi. Duración: 94 minutos. Apta para mayores de 13 años.

 

    El protagonista de La grande belleza encarna aquí no a uno sino a dos personajes: el político de izquierda descreído que desaparece de escena y a su hermano mellizo «un loco lindo» y filósofo ítalo-zen que toma alegremente su lugar .Gran ganadora de la última entrega de los David di Donatello (los Oscar italianos), Viva la libertà empieza como Habemus Papa y sigue como Desde el jardín. Estrenada en su país en enero de 2013, la película coescrita y dirigida por el siciliano Roberto Andò, en base a una novela propia, tiene por protagonista al actor del que todo el mundo habla, dentro y fuera de Italia. En Argentina, Toni Servillo es conocido sobre todo por el protagónico de La grande belleza (también pudo vérselo en Gomorra y Bella adormentata). La que no se vio es Il divo, su papel consagratorio, donde hacía del ex primer ministro Giulio Andreotti. Aquí, el napolitano Servillo cumple dos papeles, como los hermanos mellizos Enrico y Giovanni. Uno es el líder del partido opositor de centroizquierda; al otro, filósofo loco, acaban de darle de alta en un centro de salud mental. A la manera de una comedia clásica pero sin terminar de asumirse como tal, de la confusión de roles surge la fábula política, condición a la que el film de Andò aspira. Estar levemente “ido” parecería ser la marca de fábrica de Servillo. Como quien ya no soporta el entorno o perdió contacto con su papel, refugiándose en la fuga. Fuga mental, en La grande belleza e Il divo, o lisa y llana, como sucede aquí. Como el pontífice electo de la película de Moretti, Enrico Oliveri, líder de lo que queda de la izquierda italiana, un día no tolera más las acusaciones de haber llevado el partido a su cuasi extinción, percibe tal vez que no está a la altura de las circunstancias, y lisa y llanamente desaparece de escena. El desaparecido voluntario, el renunciante, el que no quiere seguir: figura emblemática de la contemporaneidad. Tanto en términos ficcionales como reales: ver los retiros de Philip Roth o Steven Soderbergh.

 

Desesperados por la toccata & fuga de su líder, los dirigentes de segunda  del partido dan con la solución providencial. Enrico tenía un hermano de cuya existencia no había hablado a nadie, avergonzado tal vez de su inestable psiquis. Hermano mellizo, para más datos. Bastaría un par de retoques para que Giovanni pase limpiamente por Enrico. Dueño de todo el  Dueño de todo el entusiasmo que al abrumado mellizo le falta o perdió, a Giovanni (¿rivalidad fraterna?) le encanta la loca idea del reemplazo. Tal como el Chance de el Chance de Desde el jardín, Giovanni es como un chico. Apelando al sentido común subvertirá la política de su país, renovará la fe de los votantes, dará nuevos bríos a la alicaída sinistra. Hay que recuperar los ideales, debe volverse a las fuentes. Las utopías derrumbadas con el Muro de Berlín pueden ponerse otra vez en pié. Al mismo tiempo y de incógnito en París, Enrico se reconstruirá –como podría suceder con Italia toda– desde los cimientos. A ello tal vez lo ayude su viejo amor de juventud, una Valeria Bruni Tedeschi ya no tan fresca como su viejo amor de juventud, una Valeria Bruni Tedeschi ya no tan fresca como Cómo no simpatizar con Giovanni –que camina de manera tan rara como John Cleese en los Monty Python y saca a bailar el tango a una gran dama de la política– si reúne todos los ideales del adulto pueril.  Giovanni es el niño prefreudiano, el “loco lindo”, el filósofo ítalo-zen.

 

Domingo 19, 16.30 y 18.30 hs.

 

EL TIEMPO DE LOS AMANTES (Le Temps de L’Aventure, Francia-Bélgica-Irlanda 2013). Dirección y guión: Jérôme onnell. Fotografía: Pascal Lagriffoul. Música: Raf Keunen. Edición: Julie Dupré. Elenco:Emmanuelle Devos, Gabriel Byrne, Gilles Privat, Laurent Capelluto y Aurélia Petit. Duración: 105 minutos. Apta para mayores de 13 años con reservas.

 

Alix (la exquisita Emmanuelle Devos) es una actriz de 43 años que está interpretando una obra de Ibsen en el puerto de Calais, en el marco de una decadente compañía de teatro independiente. Ella debe realizar un viaje relámpago a París -donde desde hace ocho años convive con su pareja en una relación que está atravesando una profunda crisis- para presentarse a un casting. Cuando se sube a un tren lo primero que ve es a un misterioso hombre inglés (Gabriel Byrne), con quien iniciará un juego de miradas cruzadas, entre huidizas y seductoras.

 

Tras ese prólogo, seguiremos a Alix (que a los conflictos afectivos le suma una precaria situación económica) en su intimidad y luego en sus sucesivos y cada vez más carnales encuentros con aquel enigmático caballero británico, que arriba a París para participar de un funeral.

 

El guionista y director Jérôme Bonnell maneja la historia de estos dos extraños amantes (dos almas en pena) con sensibilidad y una bienvenida ligereza (no hay solemnidad, no se recargan las tintas, no se juzgan a los personajes, no se apela al pintoresquismo en sus recorridos por las calles de la Ciudad Luz) y, aunque no se trate de un film particularmente sorprendente, el tono, los climas y -sobre todo- las actuaciones del dúo protagónico resultan más que convincentes. Quizás el aspecto menos logrado sea la omnipresente banda sonora que abusa de unos violines que quitan (o más bien irritan) más de lo que agregan.

 

   El tiempo de los amantes podría verse como una versión más sexual y menos intelectual de la trilogía de Richard Linklater con Julie Delpie y Ethan Hawke, como una apuesta menos enfermiza pero con ciertas similitudes con el clásico Último tango en París , de Bernardo Bertolucci; y hasta con algo de la hondura psicológica del François Truffaut de La mujer de la próxima puerta . Pero, más allá de sus referencias y reminiscencias, se trata de una historia de amor con suficientes atractivos y hallazgos como para darse una vuelta por el cine.

 

Sábado 25  / Domingo 26, 16.30 y 18.30 hs.

 

QUÉ EXTRAÑO LLAMARSE FEDERICO (Che strano chiamarsi Federico – Scola racconta Fellini, Italia 2013). Dirección: Ettore Scola. Guión: Ettore Scola, Paola Scola y Silvia Scola. Fotografía: Luciano Tovoli . Edición: Raimondo Crociani. Música: Andrea Guerra. Elenco: Tomasso Lazotti, Vittorio Viviani, Sergio Pierattini, Antonella Attili, Sergio Rubini. Duración: 93 minutos. Apta para todo público.

 

   Ni propiamente un documental ni mucho menos una biopic ni tampoco un film-homenaje teñido de nostalgias y de solemnidad, sino algo más personal, más íntimo y entrañable. Como lo dice el subtítulo, es Scola que cuenta a Fellini en esta mezcla que ofrece, al mismo tiempo, un álbum de imágenes y memorias, combinado con valiosísimo material de archivo y escenas escritas (o reconstruidas en Cinecittà) de los tiempos juveniles en que uno y otro con unos cuantos años de diferencia se entregaron a la pasión común del dibujo en el periódico satírico Marc’Aurelio, o más tarde, cuando ya el genio empezaba a mostrarse en la redacción de guiones o en la realización de sus primeros films. En fin, pinceladas y recuerdos personales de situaciones compartidas durante la larga relación que los unió, aunque no fueron íntimos porque eran demasiado distintos, pero sí compinches de recorridas en auto por las noches romanas, muchas veces con Ruggero Maccari u otros amigos y colegas, entre los que por supuesto abundaron varios que serían guionistas o cineastas descollantes.

 

   Tras una introducción visualmente bella , y por intermedio de un amable narrador Vittorio Viviani, Scola dedica una larga primera parte a contar la llegada del jovencito de Rímini a Roma, sus primeras experiencias en la revista, su paulatina vinculación con la gente del cine y el posterior arribo de Scola en el momento en que la publicación, liberada de la opresión fascista y de su mordaza, emprende una segunda etapa.

 

   No hay un vínculo inmediato, pero sí va produciéndose cierto acercamiento. A este sector que retrata el vínculo creciente entre los dos pertenecen algunos de los momentos más brillantes de la película: el encuentro con una sonriente prostituta (Antonella Attili, inolvidable), que bien podría haber sido personaje de Federico; el momento en que Scola le anticipa al maestro el tema de Nos habíamos amado tanto e intenta convencerlo de representarse a sí mismo durante el rodaje de La dolce vita, lo que por fin -como se sabe lograría, o la irrupción de la madre de Mastroianni, que viene a reprocharle a Scola que muestre tan feo a su hijo, todo lo contrario de lo que sucede cuando quien lo filma es Fellini.

 

   Es el nexo para recordar que Casanova fue el personaje para el que Fellini no lo consideró, pero sí lo hizo Scola en La noche de Varennes, y para que se vea la encantadora escena de ese film que el Casanova de Marcello comparte con Jean-Claude Brialy, y gracias a un archivo de la televisión, los otros Casanovas formidables que para Fellini habían ensayado Sordi, Tognazzi y Gassman.

 

   La película ha crecido tanto en ese tramo próximo al final que era indispensable un remate de tanto vuelo poético como el que concibe la fantasía de Scola sobre el funeral de Fellini para darle cierre y para ascender a su genialidad única, maravillosamente sintetizada en un embriagador montaje de imágenes con su sello inconfundible.

 

Qué extraño llamarse Federico (texto tomado de unas líneas de García Lorca que se incluyen en el comienzo) es como una carta al amigo que sigue merodeando por todos los rincones de Cinecittà. Una carta entrañable, generosa en ilustraciones con el trazo admirable de Ettore Scola. Entre ellos, se comprende, los dibujos no podían faltar.