04 / 09 / 2014 | Actividades    
Afiliados a ADUM: $ 30.- con la presentación de la última libranza en la boletería del Teatro
Domingo 7 16.00 / 18.30 hs.
VIOLETTE (VioletteFrancia-Bélgica, 2013). 
Dirección: Martin Provost. Guión: Marc Abdelnour, Martin Provost y René de Ceccatty. Fotografía: Yves Cape. Música: Hugues Tabar-Nouval. Edición: Ludo Troch. Diseño de producción: Thierry François. Elenco: Emmanuelle Devos, Sandrine Kiberlain, Olivier Gourmet, Catherine Hiegel, Jacques Bonnaffé, Olivier Py, Nathalie Richard y Fabrizio Rongione. Duración: 139 minutos. (AM16 años).
   Sépalo, lector, la mejor manera de ir a ver Violette es despojado de información. Así el filme del francés Martin Provost fascina, revelando la historia de una escritora olvidada en el atrapante contexto de la París de posguerra. Hablamos de Violette Leduc (Emmanuelle Devos), protagonista de está película literaria, histórica y reivindicatoria, una figura a quien la escritura le dio lo que su sociedad y su entorno familiar le negaron: vida.
Siempre se sintió bastarda, fea, torturada por sus limitaciones existenciales, y ofreció una extraña rebelión contra su soledad opresiva. Pero impulsada primero por Maurice Sachs y luego y definitivamente por su amiga Simone de Beauvoir (Sandrine Kiberlain), escribió y publicó sus tormentos. El peso insoportable de una vida convertido en palabras, en libros, aunque Violette no quiera contar sino vivir. Aunque demore en descubrir que la liberación está en su pluma, que su lugar en el mundo está dentro de ella.
   Prevert logra transmitir esa angustia, y también auscultar al mundillo literario francés que fue vanguardia en el siglo XX. ¿Qué es más revolucionaria, la intelectualizada escritura de Simone o la prosa lésbica de Violette? ¿Qué tan libres literariamente son Albert Camus, Gallimard y la mayoría de los íconos franceses? Leduc les habla del aborto, bisexualidad, de experiencias de niña y salvo Simone, quizá Sartre, nadie soporta que una mujer hable, y escriba, abiertamente de su sexualidad. «Me están mutilando», dice Violette cuando Gallimard recorta las escenas lésbicas de su libro Ravages. Está a punto de abandonar la escritura, que sería abandonar su vida. De Beauvoir la alienta a seguir, viendo en ella otra clase de liberación, distinta a la suya. Entre sus escrituras hay abismos, pero hay puntos de contacto en la liberación femenina. «El segundo sexo es igual al primero», se dicen. Pero no, todavía no. Ya veremos cómo Camus se queja porque Leduc «ridiculiza a los hombres franceses».
   A través de la pesada atmósfera de su cine, Prevert cuestiona la liberación real de los franceses, libertad e igualdad que todavía se discuten en el siglo XXI. Y rescata el paso tortuoso de Violette hacia la redención, hacia la salvación que no es otra que la escritura. Ese es el tema, más allá de las diferencias entre hombres y mujeres, de la soledad, la hipocresía, más allá de que poéticamente Violette simbolice la lucha por la liberación de la mujer en hechos y palabras, que aquí son lo mismo.
  
Domingo 14, 16.00 / 18.00 hs.  
IDA (Ida, Polonia 2013).
Dirección: Pawel Pawlikowski. Guión: Pawel Pawlikowski, Rebecca Lenkiewicz. Elenco: Agata Kulesza, Agata Trzebuchowska, Joanna Kulig, Dawid Ogrodnik, Jerzy Trela, Adam Szyszkowski, Artur Janusiak. Música: Kristian Selin, Eidnes Andersen. Fotografía: Lukasz Zal, Ryszard Lencz.Elenco: Agata Kulesza, Agata Trzebuchowska, Joanna Kulig, Dawid Ogrodnik, Jerzy Trela, Adam Szyszkowski, Janusiak. Artur  Duración: 82 minutos (AM13 años).
   Hemos tenido pocas noticias del cine polaco en los últimos años. Lejos de la época en la que la obra de directores como Krzysztof Kieslowski y Andrzej Wajda circulaba con más asiduidad por Buenos Aires, llega por fin una película de ese origen, gran ganadora del Festival de Gijón y premiada por los críticos de Fipresci en el de Toronto el año pasado. Quinto largometraje de Pawel Pawlikowsky, Ida tiene dos protagonistas femeninas, Anna (Agata Trzebuchowska), una joven novicia a punto de hacer sus votos finales en el mismo convento católico donde fue abandonada en 1945, cuando era un bebé, y Wanda Gruz (Agata Kulesza), una mujer dura, misántropa, castigada por la vida, aficionada al tabaco y el alcohol. Wanda es la única pariente viva de Anna y el encuentro entre ambas es el disparador de una road movie seca y minimalista motorizada por una noticia familiar que la futura monja no esperaba. Filmada en blanco y negro en el formato cuadrado de 4:3 (el que usó Michel Hazanavicius en El artista y hoy está en boga en el cine con aspiraciones de vanguardia), en lugar del habitual panorámico, la película no oculta sus referentes: Bergman, Bresson y sobre todo Dreyer, otro obsesionado por el asunto de la fe, aquí encarnado en los sacrificios de la vida religiosa y en los crudos efectos finales de una existencia entregada a la aplastante burocracia comunista. Pawlikowsky le otorga una importancia capital a la fotografía y el encuadre, al límite del preciosismo, pero la sangre de la historia que cuenta y las poderosas interpretaciones de las dos protagonistas obturan reclamos por la frialdad propia de los meros ejercicios de estilo. Cuando sale al mundo, Anna explora cada detalle, sorprendida por todo aquello que le fue vedado en la gris reclusión del convento. Se encuentra con la gélida Polonia controlada por la URSS de los 60, todavía abrumada por la devastación de la Segunda Guera Mundial, pero también con atisbos de una mundanidad que resulta para ella tan reveladora como su vocación religiosa. Independientemente de la resolución algo barroca de los conflictos que plantea su argumento, Ida encuentra en esa relación, trabajosa pero llena de cálidas vibraciones, entre dos mujeres de vidas completamente distintas su fortaleza, un corazón que late intensamente.
Domingo 21, 16.00 / 18.00 hs.  
LA MIRADA DEL HIJO (Pozitia copilului, Rumania 2013)
Dirección: Calin Peter Netzer .Guion: Razvan Radulescu y Calin Peter Netzer.  Fotografía:Andrei Butica.  Edición: Dana Lucretia Bunescu. Diseño de producción: Malina Ionescu. Elenco: Luminita Gheorghiu, Bogdan Dumitrache, Ilinca Goia, Natasa Raab, Florin Zamfirescu, Vlad Ivanov. Duración: 112 minutos. (AM13 años).

Ya se sabe de la austeridad, el rigor y la severidad con que el joven cine rumano viene examinando la realidad de su país. Esta vez, la mirada se dirige a esa nueva elite que ha venido a ocupar el lugar de privilegio del que en otros tiempos disfrutaba la nomenclatura. Cornelia, la protagonista de este áspero drama, pertenece a ella. Arquitecta y escenógrafa, casada con un médico y estrechamente vinculada con todos los personajes que importan en la política, los negocios, el arte y la cultura de su ciudad, está lejos de vivir en plenitud los beneficios que le ha concedido la vida. Se entenderá por qué apenas se la escuche en la escena inicial, cuando en charla con una amiga sólo exponga los constantes reclamos que le genera la conducta de su hijo, único y cuarentón. Mujer de fuerte personalidad, autoritaria y manipuladora, ejerce sobre su entorno y sobre sí misma un control sin desmayos. Si con el tiempo parece haber engendrado cierta resignación en su marido, encuentra en cambio hostilidad y creciente rechazo en su hijo, la única persona que -según declara- le interesa en el mundo. Seguramente también quien más ha sufrido la asfixia que produce ese mal llamado amor maternal. La relación entre los dos es, como mínimo, conflictiva, y mucho más desde que Barbu se ha unido a una mujer que, por supuesto, a ella le resulta intolerable. Para Cornelia (Luminita Gheorghiu, formidable), no parece existir otra forma de relación humana que la que supone un combate por el poder.
Y esa naturaleza -quizá réplica metafórica del estado que los rumanos padecieron en carne propia durante la larga noche de Ceaucescu- se manifestará a pleno cuando sobreviene un drama inesperado: Barbu acaba de tener un accidente en la carretera; él ha salido ileso, pero el atropello le ha costado la vida a un chico humilde de 14 años que la cruzaba y no quedan demasiadas dudas de que fue la imprudencia del joven conductor la responsable de esa muerte. La frágil resistencia del hijo, que por comodidad, inmadurez y falta de carácter suele subordinarse, como todos, a los abusos maternos, poco hace por impedir que sea ella, tan acostumbrada a valerse de sus influencias, tan carente de escrúpulos cuando se trata de ejercer el poder y tan acorde con la corrupción ambiente que la habilita para acomodar la ley a su voluntad, quien se haga cargo de evitar que corra el riesgo de ser declarado culpable, aunque lo sea. Cornelia no tiene límites: hará todo lo imposible, legal o no, para liberar del compromiso a un hijo que cuanto más atosigado se siente por ella más la rechaza.
   En apariencia (y aun desde el punto de vista de sus autores, el propio realizador y el admirable guionista de La noche del señor Lazarescu, Aquel martes después de Navidad 4 meses, 3 semanas y 2 días), el asunto central del film es la enfermiza relación madre-hijo, en tanto el subrayado contraste entre esa clase empobrecida y la soberbia, inescrupulosa y corrupta familia de los protagonistas, sólo un apunte circunstancial y secundario, está claro que el film apunta siempre a una misma cuestión: la del poder y su decisivo papel en las relaciones interpersonales.
Domingo 28, 16.00 / 18.00 hs. 
BELINDA (Gli sfiorati, Italia, 2011). Dirección: Matteo Rovere. Guión: Laura Paolucci, Francesco Piccolo y Matteo Rovere, basado en la novela de Sandro Veronesi. Fotografía: Vladan Radovic. Música: Andrea Farri. Montaje: Giorgio Franchini. Elenco: Aitana Sánchez Gijón, Asia Argento, Andrea Bosca, Michele Riondino. 111 minutos.  (AM13a.)

En el corazón de esta historia hay una bomba de relojería llamada Belinda, la hermana de Méte que vuelve a Roma para la boda de sus padres. Los dos chicos, muy distintos entre ellos y, sin embargo, hijos del mismo padre, apenas se conocen y tienen que compartir durante unos días la casa de la chica, en el centro de la ciudad. Belinda, diecisiete años, fugaz y solar, nunca  sale y vive sin tener preocupaciones aparentes. Méte, profundo y responsable, ha perdido su madre hace seis meses, y tiene una relación bastante complicada con su padre Sergio, comentarista deportivo de una televisión local, porque no acepta su estilo de vida y sobre todo su decisión de volverse a casar con la madre de Belinda, Virna. Belinda, Méte y luego Damiano, Bruno, Sofia y Beatrice Plana  son los jóvenes héroes de una generación que intenta vivirlo todo, agarrar todo lo que la rodea: el despilfarro, el caos en su estado más fluido,  las vicisitudes metropolitanas, el televisor siempre encendido que deja sus reflejos azules en habitaciones llenas de humo. La historia pone en escena los extraviados hermanos menores de los años dos mil, fijando su carácter líquido y acelerando su destino. Ellos son los “Sfiorati” (“Rozados”) en el escenario de una Roma que nunca ha sido tan eterna.